Un ligero dolor de cuerpo me noqueó hace unos días a la cama, y la monotonía me arrastró sin piedad ni derecho a rememorar como me sentía emocionalmente hace poco más de un año. Recordar un pasado no tan grato no es tan malo si ya no hiere; y este, ahora, es mi caso. Un año después finalmente “a cocachos aprendí” lo importante que es valorarse uno mismo, el amor propio es lo primero, porque cuando la autoestima es débil, es presa fácil de: hienas sin corazón, serpientes disfrazadas de musas que destilan veneno, mezquinos actos egoístas, o hasta la ausencia de una mano amiga puede destriparte hasta la fe. Y una autoestima destruida, nula, tiende a desaparecer, llevándose consigo hasta el aire que necesitas para vivir. Autoestima no es sinónimo de vanidad, ni de arrogancia ilusa que enmascara a un burdo ególatra venerado por cerebros tullidos. Autoestima es valorarse a uno mismo por entero, con defectos y virtudes, con tropiezos y aciertos, mirarse con amor aún cuando creas que ya no puedes, porque ese amor es el que en momentos de agobio siempre te dará fuerza para levantarte, sacudirte, lavarte la cara y decir: “Que carajos ¿y qué? empezaré de nuevo”, ese amor te ayudará a corregir tus fallas en beneficio para ti mismo y por consecuencia para el mundo. Tal vez rearmar mi autoestima por completo y volverla a prueba de balas es una tarea que me llevará tiempo, pero tengo que lograrlo, porque solo valorándome sabré apreciar y disfrutar SIN PRISA, SIN PAUSA, de este regalo maravilloso que todos tenemos, que se llama vida.
Mokatita
